26 JUNIO 2012 | Imagen: Discodollydiva.- La muerte de Solitario George, una de las tortugas gigantes de las Galápagos, donde son las estrellas indiscutibles, supone la desaparición total de la subespecie Cheloidis nigra abingdoni. Con su fallecimiento, además, el Parque Nacional Galápagos se queda sin su principal atracción, una fuente de dinero realmente sustanciosa.
Fue, y aún sigue siéndolo, el más famoso de los habitantes de las Galápagos aunque eso, claro está, no es motivo de satisfacción para ninguna tortuga. Muy al contrario, este hecho podría haberle sometido a un estrés mortal, como quizás ha acabado ocurriendo. En todo caso, a falta de conocerse los resultados de la autopsia, también es cierto que a George se le cuidó como a un rey, pero se le privó del bien más preciado, la libertad, sometiéndolo además a continuos e insoportables planes de reproducción desde el mismo momento que se la encontró y se supo que era el último ejemplar de su subespecie. Y de eso hace la friolera de 40 años. Santa paciencia, la que hubo de tener el animalito…
Para hacer algo de justicia a este pobre, tampoco olvidemos que se convirtió en una atracción turística que dio pingües ganancias a quienes un ya lejano día decidieron alejarlo para siempre de su hábitat natural, la isla Pinta, al norte del archipiélago. Una vez muerta, apuesto a que no tardarán en forjar una leyenda sobre Solitario George, todo un icono de la fauna oriunda de las míticas islas, y se le sacará una buena rentabilidad. Quizás más que cuando estaba vivo. Disecarlo, todo hace pensar que se haga, pues su cuerpo disecado será en una máquina de hacer mucho dinero.
Darwin y las tortugas gigantes
Hablar de tortugas gigantes está inevitablemente unido a la teoría de la evolución de las especies. Lo que Charles Darwin vio en las Islas Galápagos hace casi dos siglos le permitió sustentar su teoría de la evolución de las especies. Concretamente, se fijó en las diferencias morfológicas que presentaban las subespecies de las tortugas gigantes, que variaban de acuerdo con el ambiente de cada isla. ¿Por cierto, vería a los padres y abuelos de Solitario George?
Corría el año 1835 cuando el naturalista inglés visitó el archipiélago. Sus observaciones interpretaron las diferentes formas del caparazón, tamaño y longitud de las extremidades de aquella especie de quelonios gigantes como una prueba de adaptación a los distintos hábitats. Pero su misma presencia allí, es decir, la llegada del ser humano a aquel enclave, fue la que llevó a su flora y fauna al borde de la extinción. Los animales tuvieron que soportar la intervención humana que supuso la caza y la destrucción de su hábitat. Y ya se sabe, adaptarse o morir, por lo que no les quedó otra que la extinción.
El legado de George
Volviendo a nuestro George, acabaremos diciendo que nunca se supo la edad exacta de Solitario George, pero se trataba de un animal centenario, y por mucho que se intentó tampoco pudo reproducirse con tortugas con fenotipos cercanos al suyo. Por lo tanto, su cautiverio fue en vano pero, eso sí, nosqueda el ¿consuelo? de que hizo delicias de los turistas. Una vez muerto, la ciencia se contenta pensando que su legado será alentar el avance en los programas de fertilización de especies amenazadas. Tampoco estaría mal, digo yo, que su muerte también nos hiciera recapacitar sobre los infructuosos y machacones intentos de conseguir su reproducción en un injusto y puede que arbitrario cautiverio que lo tuvo prisionero. Ahora sí, por lo menos, puede descansar en paz. O tampoco.